miércoles, 29 de mayo de 2013

Dyner. (Parte 1)

Dyner, un simple nombre de dos silabas, pero con más importancia que cualquier otro.
Sacar de mis pensamientos ese cabello castaño, corto y con flequillo, que lograba una composición de inmensa ingenuidad, me resultaba casi imposible. Su risa, simplemente pura y jovial que hacia que me estremeciera al solo escucharla. Ni hablar de su rostro cuando esta triste, o molesta, realmente es un acertijo saber cual es su estado de animo, al igual que en lo que esta pensando, un acertijo que me causa un efecto indescriptible en el estomago. No es pena, no es vergüenza lo que siento. No es lastima… Es solo que, realmente me importa.
No cabe duda, no lo puedo negar ni a ella misma, si en cualquier momento ella decidiera preguntarme si mis sentimientos son devotos a ella, no lo pensaría tanto, por que la respuesta ya la sé, y no se la puedo negar. En una celebración en su inmenso hogar, logre captar todos esos detalles, lo hermosa que era, y  sigue siendo. Recuerdo el primer día que la vi. Una fría tarde. Su caminar era totalmente delicado, sin embargo, su manera de hablar irradiaba una colosal seguridad y fuerte confianza. Su gracia, su personalidad, su cuerpo, simplemente todo perfecto.
He oído extraños rumores acerca de ella, pero no los acepto. Hay quienes dicen que uno cree lo que quiere creer, y es totalmente cierto, a mi punto de vista. Creo más bien, que es una persona pura y tierna. Cualquier otra anécdota, estoy seguro de marcarla como otra difamación por parte de la extraña e hipócrita sociedad.
Su padre proponía un brindis, se situaba al lado de la gran mesa, la cual la componían los invitados de la familia, siete personas en total; Su tía, Haze. Su prima, Clara. Estaba su padre, un hombre muy bien visto ante la sociedad. Su madre, una mujer de muy buenos rasgos, con un cuerpo totalmente atractivo a cualquier hombre, sin embargo, no por todos, aunque su cuerpo fuera atractivo, para mí, totalmente era opacada ante aquel esbelto cuerpo, que era cubierto por una piel tan suave y pálida, cuyos rasgos me hacían imaginar escenas tan pecaminosas como románticas. Y al lado de ellos, estaba un hombre de piel morena, contextura delgada, realmente afortunado, y digo afortunado puesto que nunca había sentido nada así por un hombre, nunca había sentido algo tan fuerte, que Dios me perdone ante sus mandamientos, pero la envidia fuerte que me corría entre las entrañas era inmensa. Y no era su dinero, su casa, ni el costoso anillo de su dedo anular situado en su mano izquierda. Lo que realmente codiciaba de este hombre era a Dyner, la mujer cual llevaba el otro gemelo de aquel anillo. Esa circunferencia costosa, que simbolizaba una unión concreta. ¡Bah! Patrañas, ni el más puro amor se demuestra con diamantes y oro, solo son puros estereotipos de la ambiciosa sociedad. El verdadero amor  se demuestra con pasión, cuidado y constante afecto. Este hombre solo poseía el dinero, pero no el amor de mi amada platónica.
Aunque en su rostro se podía ver una alegría intensa, yo, como buen lector y escritor romántico, sé notar cosas que a simple vista no suelen verse por cualquier persona, Dios me ha bendecido con una intuición para las emociones de quienes me rodean. Y  he notado distintos aspectos los cuales me hacen pensar que la señorita Gashrell no estaba recibiendo afecto y cariño que se merecía.
Decidido de alejarla de mis pensamientos por aunque sea un momento, me dirijo hacia el hermoso laberinto de rosas que poseía la casa. Como amaba venir a visitar a esta familia y pasearme por estos jardines, que resultaban lograr un impresionante desvanecedor de mis problemas y pensamientos constantes. Cuando vengo aquí, solo me dirijo hacia el centro del laberinto en donde hay una fuente blanca rodeada de blancas sillas, la rosas blancas y rojas alrededor forman un armónico y tranquilo paisaje, y fumarme un cigarrillo nunca esta de más.
Y ahí estaba yo con mi cigarrillo a medias, recostado del muro de rosas que impregnaban un olor tan delicioso que me resultaba mas agradable estar ahí que en la misma reunión. Cerraba mis ojos constantemente e imaginaba estar lejos, o simplemente el deseo pecaminoso de morir. Desde que toda mi familia muriera sin dejar a nadie conmigo, todo se tornaba oscuro y triste, una monotonía repugnante para cualquier ser humano. Solo era yo y mi caja de cigarrillos.
-Problemas, cigarrillos. Estrés, cigarrillos. Felicidad… cigarrillos. ¿Acaso la respuesta de todos los problemas o incidentes  para los hombres es el cigarrillo? -Dijo una delicada voz que se ubicaba unos pocos metros lejos de mí. Al abrir mis ojos, estaba su silueta bajo terciopelo azul como la noche que se adhería a su figura. Realmente seductor. Realmente tentativo para cualquier alma débil.
-El principal culpable son las mujeres, son nuestra mayor preocupación.-Intenté mantener mi calma y actuar con normalidad, pero debilitaba mis sentidos su presencia en este sitio que me colocaba tan vulnerable. –Además, los mejores amigos de las mujeres son los diamantes, un costoso capricho que nos conduce poco a poco a la ruina.
-Señor White, que mala impresión tiene de mi amigo.-Dijo tocándose su despampanante cadena de diamantes que colgaba de su delgado cuello.- Después de todo, los diamantes son para siempre. Los cigarrillos solo duran unos minutos y causan una muerte lenta. Creo que los diamantes son mejor que cualquier cosa, incluso los hombres. Los diamantes nunca te mentirán, y siempre te harán lucir hermosa en cualquier situación.
-Pues que mala perspectiva tiene usted de nosotros, señorita Gashrell.
-Mala, no lo creo, Joseph.
-Si me permite, Dyner, ¿Cómo sabe usted mi nombre y apellido?
-Señor White, le sorprendería todas las cosas que sé de los invitados de las reuniones de mi padre.
Duramos unos cuantos minutos dialogando sobre lo aburrido que eran esas fiestas, de hecho, habíamos dejado a un lado la educación y nos dábamos la oportunidad de tutearnos. No era correcto, pero se sentía muy bien.
-Querida, te he estado buscando por todas partes.-Otra voz que me tomaba por sorpresa. Al voltear conseguí ver la figura Ronald J. Hornald, dueño del anillo.- Oh, señor White, un placer saludarlo. Logre ver uno de sus cuentos infantiles en el periódico, vaya que tiene usted talento.-El acento de sarcasmo me resultaba delicioso, y más cuando me lo decía un pelmazo adinerado por herencia de sus padres y no realmente propio.
-Gracias, su opinión me resulta tan importante y relevante, señor Hornald. -Respondí con el mismo tono sarcástico.
El señor Hornald tomó a su prometida, y ambos se fueron, pero, me pareció extraño la ultima mirada de Dyner, fue como si no hubiera sido un adiós, más bien como un… Hasta luego.
Esa noche me dirigí pensativo a mi casa, ésta no era de un gran valor,  pero era todo lo que tenia, todo lo que mi esfuerzo y trabajo me permitía alcanzar. Me senté en mi cama, y respire muy fuertemente, pensando en éste día tan gratificante cuando la señorita Gashrell me había dirigido unas cuantas palabras. También pensé en el momento en que subí al pasillo de los dormitorios silenciosamente e introduje una nota en su puerta. Utilice el nombre de mi amigo Louis Marlx, amigo de ambos, tanto de ella como mío. La nota era clara y concisa, y si tenía suerte, se cumpliría.
“Querida Dyner, soy yo, Marlx.
Mañana por la tarde habrá una exposición de arte italiano en la galería Germanotta, si pudieras ir sería fantástico, sé cuanto amas el arte europeo. Si consigues ir, por favor, no lleves a tu arrogante y pedante prometido, su presencia me repugna. Si decides ir, a las ocho en punto espero verte en la entrada.
Espero verte”.
Desperté, desayune y me puse lo primero que encontré. Salí totalmente desaliñado hacia la ciudad buscando un glamuroso traje que combinara con Miss Gashrell, busque entre todas las tiendas tratando de conseguir algo decente. Pero sabía que si no gastaba lo suficiente, nunca lo iba a conseguir. Decidí irme Elizabeth Street. Y como era de esperarse, lo conseguí. Un traje gris, no sabría como describirlo, pues no sé nada de telas. Pero era casi parecido a los que utiliza el señor Hornald.
Ocho en punto. Estoy listo, nervioso y ansioso por ver a Dyner entrar por la puerta de cristal de la galería. Ocho y cuarto, no ha llegado. Ocho y media, la galería cierra a las nueve. Me resigne de esperarla y verla esa noche. Seguro no vendría, ya todo mi anhelo por verla se había esfumado. Quizás sus “hasta luego”, eran un simple adiós malinterpretado. Así que me di media vuelta, iba a atravesar la puerta del salón. Me detuve, Dyner, por favor llega… Hazme feliz solo por una noche con tu presencia. Listo, solo tres segundos, no más. Tres… Dos.
-Sabia que no era Marlx, su escritura era bien cuidada y los signos de puntuación son casi imposibles en escrituras de un borracho como él. La verdadera interrogante era quien podría ser, y entre mis dos sospechosos usted era uno.
-Elemental, mi querida Watson.-Dije con una sonrisa en el rostro. Cuando voltee, logre ver aquella figura, silueta, aquel rostro, era imposible no perderse entre sus ojos.-Me alegra que haya decidido venir señorita Gashrell.
-Por favor, Joseph. Déjate de protocolo, ambos sabemos que estamos incomodos con eso.
-Si tú lo dices. ¿Entramos?
Ambos entramos a la galería. No tuvimos mucho tiempo de observar nada, pues cerraba a las nueve, muy temprano para una exposición. Cada segundo de la exposición lograba observar el arte de Dios, la mujer creada de sus manos. Prefería mas observar a detalladamente aquella mujer americana, que a esa aburrida y monótona exposición de arte italiano que solo los lame suelas se “deleitan” con él. Fingiendo saber de arte, cuando en su vida lo único que logran conseguir son imitaciones de Picasso, creyendo que es un original. Ilusos.
Al salir, estaba algo nervioso, y no precisamente por su presencia, sino por que ya se había acabado nuestra “cita”.
-Increíble exposición, ¿no cree usted, Joseph?
-¡Bah! Aburrido para mi gusto, prefiero el riesgo del arte americano.
-Un romántico como usted, siempre tan sincero.-Dijo entre unas cuantas risas, y yo reí con ella.
-Volviendo a nuestros papeles sociales, señorita Gashrell. Creo que ha sido el final de la velada.  Si no fuera por su esposo, desearía llevarla hasta la puerta de su hogar.
-Descuide.-Respondió y lo que quedaba de sonrisas en su rostro se desvaneció, y vino esa expresión que me vuelve loco por no saber que significa, es como tristeza mezclada con rabia. Realmente algo inexplicable incluso para mí.
-¿Que ocurre?
-Joseph, ¿alguna vez has tenido una prometida, quizás, una esposa?
-Mi ex mujer, resulto engañarme con uno de mis “colegas”. Así que todo se acabo.
-¿Cómo acabo?
-Ella murió.
-¡AH! No me diga que usted… -Se notaba algo exaltada y preocupada al darle yo una respuesta tal como esa.
-No seria capaz. Ella murió por problemas médicos, VIH, para ser precisos.
-Lo siento, debe ser difícil para usted hablar de esto.
-No realmente. Más bien me intriga. Creo que todo es Karma. Como amo ese factor de la vida.
-Estas loco, Joe.-Dijo soltándome una de sus risas confortables.- Y al parecer, no somos tan diferentes.
-Así que Don Pedante le ha jugado una mala a usted.
-Larga historia. Pero tengo tiempo para contársela, claro, si usted no tiene algún compromiso.
-Para nada.
-Vayamos a mi casa entonces. Mis padres se encuentran en un ala diferente de la casa y dudo que lo vean. Mi prometido, seguro no ha de estar.
Y así nos dirigimos a su casa, dialogando sobre todas las faltas de su esposo. Me sorprende como una mujer es fiel a tan desgraciada persona que solo merece pudrirse en su desorden emocional cubierto por dinero, alcohol y prostitutas.
-Usted sabe que una mujer tan hermosa como usted no se merece esto, ¿cierto?
-Así es. Pero ya nada se puede hacer.-Alzo su mano izquierda separando sus dedos y mirando su anillo de compromiso.
-eso es solo un anillo. No es un pacto con el diablo.
-Si lo es. Sientes la presión de que no quieres ser vista por mis amigas, mis padres, mi familia y la sociedad como la mujer que fracaso en su compromiso, después de eso, ningún hombre seria capaz de aceptarme. Mi orgullo no me permite dejarlo, Joe.
En eso ya había estacionado el automóvil, bajamos y entramos a su casa. Ella me dijo que seria mejor que fuéramos a su compartimiento de la casa. Entramos por un gran arco que dividía un salón tras la sala de estar con la suya propia, me dijo que subiéramos a su gran habitación. Y me invitó a sentarme en uno de los grandes sillones que se encontraban en aquella sala tan lujosa. Que dichosa es la vida de los millonarios, no se preocupan tanto. Quisiera algún día serlo, pero presiento que perdería la esencia de humildad y la personalidad que me caracteriza.
-Bueno, señor altísimo y real majestad, ¿desea usted una copa?
-Creo que estaría bien.
Sirvió dos tragos con champan y brindamos por ella y yo, almas libres de pensar como les diera la gana. Puso música, música lenta. Era increíble como la música mas el champan y la presencia de Dyner me hacia sentir mejor que cuando fumo un cigarrillo. Nunca antes me había sentido también. Me dio su mano, en forma de bailar con ella. Y ahí estábamos bailando en su sala de estar, al ritmo de la música. Me acomode para poder ver sus ojos, ella voltio también. Nuestra miradas se encontraron.
-Disculpe que haga esto, señorita Gashrell.-Tape sus ojos, y ella se dejaba llevar antes mis manos. Me acerque poco a poco, su rostro con el mío estaban lo suficientemente cerca como para sentir su respiración. Podía también sentir lo nerviosa que estaba, su respiración se cortaba. Si no lo hacia ahora, no lo haría nunca. Mis labios tocaron los de ella pero no se movieron, solo estuvieron juntos.-Pero, muero por hacer esto desde hace mucho tiempo.-La bese.

Nuestros labios empezaron un juego extremadamente excitante que me hacia erizar la piel. No creía que algún día la mujer de mis pensamientos estaría en mis brazos, con nuestros labios uno junto al otro. Fui bajando mi mano de su rostro, poco a poco. Abrí mis ojos para poder verla, y la expresión de su cara era increíble, no se podía describir. Realmente podía sentir sus jugosos y suaves labios contra los míos. Delicados como ella, mucho mas suave que su piel de terciopelo. La mujer que tanto quería era mía, aunque sea por un instante. Y en el segundo instante, me propuse el objetivo de mi vida. Sus labios, su cuerpo y su amor debían ser míos por siempre, así tenga que romper una relación, así tenga que ser despedazado por la agresiva sociedad. El hombre que no la merecía había perdido su oportunidad de en su vida hacer feliz a una mujer. Me prometí a mi mismo que de ahora en adelante yo ocuparía su lugar. Todo estaba realmente claro para mí, la única interrogante en el caso era si Dyner Gashrell estaría dispuesta a dejar las cadenas que la sociedad y que ella misma por orgullo se habían colocado. Si no me dejara hacerla feliz conmigo, no tendría mas nada que buscar en esta vida de escritor romántico que me he cargado. Ya no habría nada más de que escribir, solo de mi triste y trágico final. Todo está en manos de la señorita Gashrell. 

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